Cultura

Sí al trueque

Gaëlle Sévenier
rdominical@nacion.com


En el marco del Festival Nacional de las Artes, los indígenas costarricenses tuvieron una experiencia de intercambio preparada expresamente para ellos.

Los borucas viajaron hasta Shiroles para departir con bribris y cabécares. entre sus artesanias, llevaron las tradicionales máscaras del baile Los Diablitos. (Foto: Mayela López/Para La Nación).

Son más de 60.000 y tienen en común su sangre indígena, algunas creencias y tradiciones, y similares dificultades, pero pese a esto, los bribris-cabécares y los borucas viven como grupos independientes, prácticamente aislados entre sí.

Sin embargo, entre el 20 y el 25 de setiembre, la dispersión trocó por encuentro cuando representantes de estas agrupaciones indígenas del país se reunieron en la Finca Educativa Shiroles –en la reserva indígena de Talamanca–, en lo que fue una extensión del Festival Nacional de las Artes, que finalizó recientemente.

Así, durante un espectáculo cultural, los borucas se lucieron con su tradicional baile de Los Diablitos y los bribris presentaron el baile del Sorbon. También hubo teatro infantil, cantos y música interpretada con instrumentos tradicionales de cada grupo.

Muchos de los participantes contaron sus leyendas, y se habló largo y tendido sobre problemas que los aquejan y las posibles soluciones.

Por primera vez en la historia del país, las comunidades indígenas fueron invitadas a compartir su legado cultural en el Festival de las Artes.

La iniciativa provino de quienes laboran en el proyecto "Reencuentro con la Madre Tierra", de la Asociación Cristiana de Jóvenes de Costa Rica (YMCA, por sus siglas en inglés) y del comité del Festival Nacional de las Artes del Teatro Melico Salazar.

"Nuestra preocupación fue que estuviera bien representada la diversidad del país", manifestó Sandra Trejos, productora regional del Festival.

"Aunque la sede de las actividades estaba a dos horas y media de Limón, ellos no iban a bajar de sus montañas para ir hasta la Finca Educativa en bus. Fue por eso que decidimos llegar nosotros a sus propios territorios", continuó Trejos, tras destacar que algunos participantes del poblado de Yorkín viajaron dos horas en canoa y otra hora más por tierra para llegar hasta Shiroles.

"Reencuentro con la Madre Tierra" busca impulsar el desarrollo socioeconómico sostenible de la comunidad indígena de Talamanca, incorporando el turismo, la educación, la salud y la cultura. Gabriela Novoa, su directora, subrayó la importancia del rescate cultural pues cada día se pierden más las tradiciones autóctonas en las reservas.

En la Finca –donde también funciona un albergue turístico– los observadores invitados pudieron asistir a clases de artesanía con el profesor Francisco Ureña Sánchez, quien trabaja en ese lugar como voluntario. Su labor es dar a los jóvenes indígenas capacitación en artesanía y, al final, un título.

El día más intenso, en agenda y emociones, fue el sábado 20 de setiembre, cuando unos 300 indígenas de todas las edades –desde niños de pecho hasta ancianos– disfrutaron de una jornada de estrecha convivencia. Los bribris-cabécares intercambiaron su chicha con la de los borucas. Aunque ambos grupos producen y consumen esta bebida habitualmente, su sabor no se parece. Además, la chicha de los indígenas de Talamanca (es decir, los bribris-cabécares) es mucho más fuerte por su contenido etílico.

Los borucas probaron la cuchara bribri en múltiples platos que se sirvieron mientras el grupo Siba –formado por músicos de la región bribri– amenizaba la actividad. Iban y venían los plátanos, el cerdo, las verduras de la zona, los postres hechos con recetas centenarias.

Muchas de las máscaras que fabrican los borucas para el baile de Los Diablitos terminaron en manos de los bribris, quienes, a su vez, obsequiaron a los primeros sus artesanías de madera.

La experiencia de intercambiar impresiones, sentimientos y situaciones particulares resultó muy valiosa para los participantes.

La boruca Felicia González Lázaro no había ido nunca a Shiroles y teme no regresar. "Queda muy largo de mi comunidad, pero esto que he vivido no lo olvidaré. Se lo voy a contar a mis hijos", expresó con el rostro encendido de entusiasmo.

Diferentes y semejantes

En Costa Rica, existen ocho grupos y 24 reservas indígenas, las cuales se encuentran formadas por comunidades diferenciadas por su cultura y su lengua.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), de acuerdo con el Censo realizado en el año 2000, viven el país 63.876 personas identificadas como indígenas.

No obstante, su existencia es de poco interés para la mayoría de los ticos, y Felicia está consciente de ello. "Los extranjeros son los que más visitan nuestras comunidades", comenta la indígena, quien es hermana de Ismael González Lázaro, Premio Nacional de Cultura Popular Tradicional.

La etnia de los borucas se asienta sobre la costa pacífica sur del país, y son gente con una rica herencia artística. Por tradición, las mujeres se encargan del trabajo textil y fabrican sombreros, carteras y diversidad de prendas. Los hombres elaboran las máscaras de madera que se utilizan en la ceremonia anual de Los Diablitos, un baile en que se representa a los indios luchando contra el español, que es simbolizado por un toro.

"Los que piensan que somos atrasados, no nos conocen. Queremos buscar la manera de decirles que no somos así y que merecemos respeto", expresa George González, artesano boruca.

Los cabécares, por su parte, se localizan a ambos lados de la cordillera de Talamanca, hacia el Atlántico y el Pacífico. Son personas sencillas, tímidas y muy hospitalarias, que se dedican a las actividades agrícolas, la caza y la pesca, viven en ranchos de techo de paja y duermen en hamacas. Aún conservan un complejo sistema de parentesco, de clanes matrilineales que se asemeja al de los bribris.

También en materia de creencias religiosas, comparten con estos últimos su fe en el dios Sibö. De hecho, muchos antropólogos consideran que cabécares y bribis son una sola etnia.

Los bribris forman un inmenso grupo indígena que se ha dispersado por las montañas de Limón y Puntarenas. Muchos de ellos han acogido las comodidades de la civilización moderna, al tiempo que algunos se resisten a abandonar sus palenques de estructura cónica y demás tradiciones.

Durante el encuentro de finales de setiembre, uno de los momentos más emocionantes se dio cuando los borucas interpretaron su baile de Los Diablitos y remataron su presentación quemando el toro frente a todos los presentes.

"Este hecho demuestra lo contentos y complacidos que estaban, porque ellos reservan este acto para ocasiones realmente significativas. La quema del toro simboliza la cordialidad y, sobre todo, el agradecimiento", explicó Gabriela Novoa, para quien el balance final de este intercambio fue, sencillamente, extraordinario.

Después del éxito que tuvo el encuentro indígena, la comunidad bribri-cabécar está celebrando otra buena noticia. La semana pasada se inauguró el colegio académico de Sepecue, primer centro de enseñanza secundaria cuyos profesores serán todos indígenas. Se impartirán las materias básicas del programa académico nacional pero, además, las lenguas autóctonas, educación ambiental, artesanía y música indígena.

"En el colegio de Sepecue, si un niño no habla bien el español, se le atenderá en bribri", explicó el subdirector Óscar Olmeneor Fernández.


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